Fue el día perfecto, se le ganó a Brasil en su casa, en una tarde fría en Campo Grande, una pequeña ciudad alejada de Río de Janeiro.
En el salón del complejo Miécimo da Silva, todos apostaban por la local, Valeria Kumizaki, de ascendencia japonesa, y dejaron a un lado a la más pequeña de todas, a la que, con su mirada inocente y su sonrisa tímida, parecía inofensiva, pero que con inteligencia ganó cuatro combates que la llevaron al oro.
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